Introducción: la recertificación como signo de los tiempos
El ejercicio médico ha cambiado más en las últimas dos décadas que en los cien años anteriores. La aceleración del conocimiento, el surgimiento de nuevas terapias, la expansión de tecnologías diagnósticas, el empoderamiento del paciente, la transformación digital, la presión de los sistemas de salud y la crisis de confianza en las profesiones, han obligado a repensar qué significa hoy ser un médico competente y socialmente responsable. En este escenario, la recertificación médica emerge no como un requisito burocrático, sino como una necesidad ética, educativa y profesional ineludible (1–3).
Tradicionalmente, la recertificación consistía en aprobar exámenes periódicos para demostrar conocimientos generales. Sin embargo, múltiples estudios han demostrado que este enfoque limitado no predice el desempeño clínico real ni garantiza una atención de calidad (4,5). A esto se suma la creciente evidencia de que la educación médica continua (EMC) tradicional —basada en conferencias expositivas, eventos puntuales y acumulación de créditos— ha tenido escaso impacto en modificar conductas profesionales o mejorar resultados clínicos (6,7).
Frente a esta crisis de efectividad educativa, el modelo internacional de Mantenimiento de la Certificación (Maintenance of Certification, MOC) ha propuesto un paradigma más robusto: la competencia médica no puede presumirse ni congelarse, debe demostrarse, medirse y mantenerse en el tiempo. Este modelo, promovido por entidades como el American Board of Medical Specialties (ABMS) y adoptado con variantes por colegios profesionales de todo el mundo, incluye cuatro componentes fundamentales: 1) licencia profesional activa, 2) educación médica continua estructurada, 3) evaluación cognitiva, y 4) mejora del desempeño en la práctica clínica (8–10).
Más allá del aspecto técnico, la recertificación médica se inscribe dentro del marco del nuevo profesionalismo, que exige del médico no solo saber y hacer, sino también reflexionar, mejorar y rendir cuentas ante la sociedad. En palabras del Instituto de Medicina de Estados Unidos (IOM), mantener la competencia es parte del contrato social del médico: “ningún profesional puede considerarse competente si no se somete a procesos sistemáticos de evaluación y mejora a lo largo de su carrera” (11).
Además, en un tiempo marcado por la crisis de la integridad científica —con escándalos de fraude, “paper mills”, manipulación de métricas, y simulación de competencia en redes sociales— la recertificación médica representa una defensa epistemológica del conocimiento riguroso, confiable y ético (12). Es un acto de responsabilidad pública: no se trata de preservar un título, sino de garantizar que el conocimiento se traduzca en beneficio para el paciente, la comunidad y el sistema de salud.
Este artículo propone revisar críticamente el sentido, evolución y desafíos de la recertificación médica como instrumento de transformación de la educación continua y del profesionalismo del siglo XXI. Se analiza su potencial como herramienta pedagógica, ética y gremial, y se discuten rutas para su implementación justa, pertinente y sostenible en contextos diversos, especialmente en sistemas de salud en crisis
Del examen aislado al ciclo de mejora: evolución del modelo MOC
Durante gran parte del siglo XX, la recertificación médica se entendió como un proceso episódico centrado en la superación de un examen escrito, generalmente cada 6 a 10 años. Esta lógica, aunque pretendía verificar la actualización de conocimientos, reducía la competencia profesional a una prueba cognitiva de opción múltiple, descontextualizada de la práctica clínica real (4,5). Con el paso del tiempo, este enfoque fue duramente criticado por médicos, educadores y pacientes, al evidenciarse que aprobar un examen no garantiza ni el buen juicio clínico, ni la capacidad de mejora, ni la calidad en la atención médica (6,8).
Frente a estas limitaciones, el American Board of Medical Specialties (ABMS) propuso en los años 2000 el modelo de Mantenimiento de la Certificación (Maintenance of Certification, MOC), concebido como un sistema de evaluación continua, formativa y profesionalmente significativa. Este modelo, adoptado progresivamente por distintas especialidades en Estados Unidos y adaptado en varios países, redefine la recertificación como un ciclo estructurado de desarrollo profesional, centrado no solo en saber más, sino en hacer mejor (8–10).
Los cuatro componentes del MOC
El MOC está organizado en cuatro partes que reflejan distintas dimensiones del profesionalismo médico:
- Parte I: Licencia profesional activa y conducta ética comprobada.
- Parte II: Educación médica continua (CME) estructurada y basada en necesidades reales.
- Parte III: Evaluación periódica del conocimiento mediante métodos flexibles.
- Parte IV: Evaluación del desempeño profesional y mejora continua en la práctica clínica.
Mientras las tres primeras partes refuerzan el dominio técnico y la actualización, la Parte IV constituye el verdadero corazón del MOC, al exigir que el médico analice datos reales de su práctica, identifique brechas, implemente intervenciones y mida los resultados obtenidos (9). Esta es la principal diferencia con el modelo clásico: se reconoce que el conocimiento aislado no transforma la atención médica, pero el análisis reflexivo del desempeño sí.
Una nueva lógica educativa: aprender desde la propia práctica
El MOC promueve una lógica de aprendizaje distinta: el médico ya no es solo receptor de contenidos, sino protagonista de un proceso de autoevaluación, rediseño clínico y mejora sistémica. Se trata de un ciclo formativo que integra las dimensiones cognitivas, éticas, organizativas y sociales de la práctica profesional (13). Este enfoque está profundamente alineado con las competencias definidas por el ACGME (Accreditation Council for Graduate Medical Education), que incluyen no solo el conocimiento médico, sino la práctica basada en la mejora, la comunicación, el profesionalismo y el trabajo en equipo (14).
En lugar de cursos genéricos y pruebas descontextualizadas, el MOC propone herramientas como:
- Módulos de mejora de la práctica (PIMs),
- Auditorías clínicas autoaplicadas,
- Evaluaciones por pares,
- Uso de indicadores reales de resultados clínicos.
Este enfoque reduce la distancia entre lo que se enseña y lo que se hace, y permite que la educación continua se oriente por datos objetivos y necesidades locales (10,15).
Del examen a la rendición de cuentas: una nueva relación con la sociedad
El paso del examen aislado al ciclo de mejora implica también una transformación ética: el médico ya no solo demuestra lo que sabe, sino lo que hace, cómo lo hace y cómo mejora lo que hace. En un entorno donde los pacientes exigen transparencia, calidad y seguridad, el MOC permite al profesional documentar su competencia como parte de su responsabilidad pública (11,16).
Además, el modelo fomenta una cultura de aprendizaje organizacional: muchos médicos que han participado en programas estructurados de recertificación reconocen haber modificado protocolos, mejorado flujos de atención, fortalecido el trabajo en equipo y recuperado el sentido ético de su práctica (15,17).
En síntesis, la evolución del modelo MOC representa un cambio de paradigma: la recertificación deja de ser una exigencia externa y se convierte en una herramienta de reflexión, mejora y legitimación profesional. El médico del siglo XXI no se certifica por memorizar contenidos, sino por demostrar que aprende de sus datos, mejora sus procesos y contribuye activamente al bienestar del paciente y al fortalecimiento del sistema de salud.
La Parte 4 del MOC: Evaluación del Desempeño y Ciencia de la Mejora
Si el conocimiento médico cambia constantemente, la verdadera pregunta no es si el médico sabe, sino si está dispuesto y capacitado para mejorar su práctica cuando el conocimiento lo exige. Con base en esta premisa, la Parte 4 del MOC —la más innovadora del modelo— propone un giro radical en la lógica de la recertificación: ya no se trata solo de aprender, sino de demostrar que se mejora (9,10).
Esta sección del proceso certificador se centra en la evaluación del desempeño profesional en el entorno clínico real, y representa una convergencia entre educación médica, gestión de calidad, profesionalismo y responsabilidad social. El profesional no es evaluado solamente por lo que declara saber, sino por cómo actúa, qué resultados obtiene y cómo responde ante las brechas identificadas en su atención médica (13,15).
De la autopercepción a la evidencia: medir lo que se hace
Uno de los aportes más valiosos de la Parte 4 es su insistencia en el uso de datos objetivos de la propia práctica. Esta perspectiva reconoce que la percepción individual de calidad está sesgada, y que muchos médicos —sin intención— sobreestiman su adherencia a guías clínicas, la satisfacción de sus pacientes o la efectividad de sus intervenciones (18).
A través de auditorías clínicas estructuradas, indicadores validados, registros de desempeño y módulos de mejora de la práctica (PIMs), el médico puede observar su realidad con evidencia, identificar oportunidades de mejora, implementar cambios y reevaluar los resultados. Se trata de un ciclo que se asemeja al método científico, pero aplicado al entorno asistencial cotidiano (10,15,19).
Este enfoque, además, estimula una competencia clave del nuevo profesionalismo: la capacidad de autorreflexión crítica y rediseño clínico basado en datos, no en intuiciones.
Ciencia de la mejora: transformar procesos, no culpar personas
La lógica que subyace a esta parte del MOC está inspirada en la ciencia de la mejora, desarrollada por Deming y Berwick, y adaptada a la medicina por el Institute for Healthcare Improvement (IHI). Esta disciplina propone que los errores y la variabilidad no deben abordarse desde la culpa individual, sino desde el rediseño de sistemas, procesos y contextos (20).
La recertificación médica se convierte así en una plataforma de aprendizaje organizacional, donde el médico no actúa en solitario, sino como parte de un equipo clínico que mide, aprende y mejora. Este enfoque no solo eleva la calidad de la atención, sino que promueve una cultura institucional de seguridad, humildad epistémica y colaboración interprofesional (16,20).
Aprender desde la práctica: una pedagogía más potente que el aula
Diversos estudios han mostrado que el aprendizaje que emerge del análisis de la propia práctica clínica es más duradero, significativo y transformador que el que proviene de exposiciones abstractas. Cuando el médico ve sus propios datos, compara sus indicadores con estándares, y reconoce patrones no deseados, se moviliza un proceso profundo de aprendizaje situado, que promueve el cambio conductual y ético (17,19,21).
En lugar de esperar a ser corregido desde afuera, el profesional actúa como investigador de su realidad asistencial, y convierte el entorno clínico en su laboratorio pedagógico. La Parte 4 del MOC habilita ese tipo de aprendizaje: uno que nace del contacto con los pacientes, del reconocimiento del error, de la voluntad de mejorar, y de la convicción de que ser mejor médico es una tarea sin fin.
En síntesis, la evaluación del desempeño no representa una amenaza, sino la oportunidad más noble de la recertificación médica: invitar al profesional a mirar lo que hace, sin miedo, con datos, con humildad y con coraje. En un siglo donde la información es abundante pero la confianza escasa, demostrar que se mejora es una forma de cuidar al paciente y de cuidar la profesión.
Profesionalismo, contrato social y responsabilidad médica
Recertificar no es simplemente actualizar credenciales. En su sentido más profundo, es un acto de reafirmación ética: una manera de renovar el compromiso del médico con la sociedad que lo ha investido de confianza, poder y privilegios. En este contexto, la recertificación representa una de las manifestaciones más concretas del nuevo profesionalismo médico, entendido como una forma de ejercer la medicina con competencia, integridad, transparencia y orientación al bien común (6,11,22).
El contrato social del médico: un pacto de confianza
La profesión médica no existe en el vacío. Su legitimidad proviene de un contrato social implícito: la sociedad delega al médico un conjunto de funciones vitales —diagnosticar, tratar, decidir, acompañar— bajo el supuesto de que este actuará en beneficio del paciente y no de sí mismo. A cambio, la profesión recibe autonomía, reconocimiento social y autoridad técnica (22).
Este contrato, sin embargo, no es eterno ni estático. Requiere ser renovado periódicamente a través de actos visibles de compromiso, rendición de cuentas y mejora continua. La recertificación, bajo esta perspectiva, es una forma de decir con hechos: “sigo siendo digno de la confianza que la sociedad ha depositado en mí” (23).
Profesionalismo del siglo XXI: más allá de la técnica
El nuevo profesionalismo médico exige mucho más que competencia técnica. Supone una serie de valores y compromisos que definen al médico como un servidor público del conocimiento científico:
- Responsabilidad individual y colectiva,
- Capacidad de autorreflexión crítica,
- Adherencia a la evidencia clínica y a los principios bioéticos,
- Transparencia frente al paciente y a las instituciones,
- Voluntad de mejora continua y formación permanente (6,20,24).
La recertificación médica estructurada —cuando es bien diseñada— es una herramienta para cultivar estos valores. No busca castigar, sino formar, orientar y sostener una cultura profesional madura, que asume que ningún médico puede ser competente “para siempre” sin someterse a procesos de evaluación y mejora.
El desafío de preservar la confianza en la era digital
La confianza en la medicina se ha visto erosionada por múltiples factores: errores clínicos, conflictos de interés, mal uso de la información científica y —más recientemente— la banalización de la autoridad médica en redes sociales. Como se ha advertido en el artículo “Crisis de la integridad científica” (12), hoy la competencia profesional puede ser simulada, mercantilizada o delegada a algoritmos de popularidad, en lugar de ser demostrada con evidencia y trayectoria.
Frente a este escenario, la recertificación médica no es solo un proceso pedagógico o gremial, sino un ejercicio de restauración simbólica: permite al médico decirle a la sociedad que su autoridad no se basa en visibilidad ni marketing, sino en compromiso real con la mejora continua, el rigor científico y la ética del cuidado (12,25).
Hacia una profesión más confiable, más humana y más transparente
La recertificación, integrada al desarrollo profesional continuo, puede ser una herramienta poderosa para fortalecer la relación entre el médico y la sociedad. No debe vivirse como una carga administrativa, sino como una oportunidad para crecer, corregir, liderar y servir con mayor claridad y humanidad.
Recertificar no significa dudar de la profesión, sino elevar su estándar. Es reconocer que el conocimiento cambia, que los pacientes merecen lo mejor, y que la medicina —si quiere seguir siendo una profesión confiable— debe someterse al mismo rigor que exige a sus pares y a sus instituciones.
Desafíos, resistencias y oportunidades para su implementación
Aunque el modelo de recertificación médica basado en competencias y mejora continua ha demostrado ser más ético, formativo y transformador, su implementación ha enfrentado resistencias significativas en distintos contextos, tanto individuales como institucionales. Estas tensiones no reflejan solo barreras logísticas, sino también desafíos culturales, económicos, gremiales y éticos que deben ser comprendidos para garantizar una implementación exitosa y justa (8,10,21).
Resistencia individual: del temor a la apropiación
Uno de los principales obstáculos ha sido la resistencia de algunos profesionales a la evaluación externa y estructurada. Muchos médicos, especialmente aquellos con trayectorias largas y prestigio consolidado, perciben la recertificación como un gesto de desconfianza o como una amenaza a su autonomía (22). Este malestar se agudiza cuando los procesos son percibidos como burocráticos, punitivos o desconectados de la realidad clínica.
A esto se suma el temor al error y al juicio público, especialmente en culturas profesionales donde el reconocimiento está basado en la autoridad y no en la mejora continua. Superar estas resistencias requiere un cambio cultural profundo, que transforme la evaluación en una oportunidad de aprendizaje, no en una sanción (23).
Limitaciones institucionales y contextuales
En muchos países de América Latina y otras regiones en desarrollo, la implementación efectiva de un sistema de recertificación médica enfrenta serios obstáculos estructurales:
- Fragmentación del sistema de salud,
- Desigualdad en el acceso a la educación médica continua,
- Limitada disponibilidad de indicadores clínicos fiables,
- Escasa cultura de evaluación en los equipos asistenciales.
Además, en entornos con crisis económica, precarización laboral o saturación asistencial, el tiempo para la mejora continua es visto como un lujo inalcanzable, lo que genera desmotivación y escepticismo (24).
Frente a esto, los modelos de recertificación deben ser adaptados a las realidades locales, asegurando accesibilidad, pertinencia y sostenibilidad, sin renunciar a los principios éticos y científicos que los fundamentan.
Mitos y distorsiones: recertificación no es exclusión
Otro desafío importante es desmontar los mitos que rodean la recertificación, entre ellos:
- Que es una forma de privatizar el ejercicio profesional;
- Que solo beneficia a grandes centros académicos;
- Que está diseñada para excluir a los médicos mayores;
- Que es innecesaria en países con tradición clínica fuerte.
Estas narrativas defensivas suelen ocultar una falta de diálogo transparente sobre el verdadero sentido de la recertificación, que no es excluir, sino fortalecer el vínculo entre competencia, confianza y legitimidad profesional (6,20,25).
Oportunidades para transformar la cultura médica
A pesar de las dificultades, la implementación de modelos de recertificación ofrece oportunidades únicas para reconfigurar la cultura médica:
- Fomentar la autorreflexión profesional como hábito formativo,
- Construir comunidades de práctica que aprenden y se evalúan juntas,
- Revalorizar la transparencia y la mejora continua como virtudes gremiales,
- Recuperar el sentido vocacional de la medicina como servicio público.
Diversos estudios han demostrado que cuando los médicos participan en sistemas de mejora estructurada, no solo mejoran sus indicadores clínicos, sino que también recuperan el entusiasmo, la pertenencia y el orgullo profesional (19,21,26).
En síntesis, la implementación de modelos modernos de recertificación no es un reto menor, pero tampoco es una utopía. Requiere liderazgo ético, acompañamiento institucional, apoyo técnico, diálogo gremial y voluntad de transformación cultural. Si se logra superar las resistencias y adaptar los procesos a las realidades locales, la recertificación puede dejar de ser un problema para convertirse en una palanca de dignificación profesional y mejora del sistema de salud.
Conclusión: una nueva ética del aprendizaje permanente
La recertificación médica, entendida en su forma estructurada, formativa y centrada en el desempeño, representa hoy uno de los pilares del nuevo profesionalismo médico del siglo XXI. En tiempos marcados por el cambio acelerado del conocimiento, la complejidad clínica, la desinformación digital y la crisis de confianza en las profesiones, demostrar competencia ya no es suficiente; es necesario demostrar compromiso con la mejora continua (1,6,11).
Más que un examen, la recertificación es una ética del aprendizaje permanente, una forma de decirle al paciente, a la sociedad y a uno mismo: sigo aprendiendo, sigo mejorando, sigo siendo confiable. Este proceso no debe vivirse como una amenaza, sino como una oportunidad para reconciliar la excelencia clínica con la humildad profesional. Representa la madurez de una profesión que reconoce que el conocimiento cambia, que el error existe, y que la calidad no se presume: se construye con evidencia, reflexión y voluntad de mejora (9,15,19).
Renovar el contrato social con transparencia y datos
El modelo de Mantenimiento de la Certificación (MOC), con énfasis en la evaluación del desempeño (Parte 4), ofrece un marco coherente para pasar de la autoafirmación a la rendición de cuentas, de la autoridad declarada al liderazgo demostrado. Este enfoque permite que el médico renueve el contrato social que sostiene la legitimidad de su práctica, no por tradición ni por títulos, sino por resultados y responsabilidad (6,20,22).
Un camino hacia la medicina confiable, humana y sostenible
Implementar sistemas de recertificación no es sencillo, especialmente en entornos con desigualdades, fragmentación y precarización. Pero es posible, y es necesario. La clave está en adaptar los modelos al contexto local, acompañar el proceso con soporte institucional, y formar una cultura donde el error no se castigue, sino que se analice y se corrija.
Más que un requisito, la recertificación debe convertirse en una cultura: la cultura del aprendizaje reflexivo, del profesionalismo activo, de la medicina confiable.
Una invitación a los líderes médicos del siglo XXI
Este artículo no solo busca argumentar a favor de la recertificación estructurada, sino también convocar a los líderes médicos, sociedades científicas, universidades y colegios profesionales a asumir esta transformación como una responsabilidad histórica. Si se hace con ética, pertinencia y coraje, la recertificación puede ser:
- Una vía para revalorizar la educación médica continua,
- Una defensa ética contra la banalización de la ciencia,
- Una herramienta de justicia sanitaria en países en crisis,
- Y un legado profesional que honre la vocación de cuidar, servir y mejorar siempre.
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