Más letales que las guerras: Enfermedades Cardiovasculares, seguridad, soberanía y paz en riesgo

Las enfermedades no transmisibles (ENT), en especial las cardiovasculares, se han convertido en el verdadero enemigo número uno de la salud y la estabilidad mundial. Cada año cobran más de 43 millones de vidas, de las cuales 18 millones son muertes prematuras antes de los 70 años, diezmando a la población más productiva del planeta. En países de ingresos bajos y medianos, como Venezuela, esta carga no solo amenaza la salud pública, sino que socava directamente la seguridad nacional, la cohesión social y la soberanía de los Estados. La hipertensión, la diabetes, la obesidad, el tabaquismo y la contaminación ambiental son factores prevenibles que, sin políticas integrales, perpetúan un ciclo de pobreza, inestabilidad y migraciones forzadas. Reconocer a las ENT como una prioridad de seguridad y paz es urgente: no se trata solo de salvar vidas, sino de proteger el futuro de las naciones y garantizar su desarrollo sostenible.

Más letales que las guerras: Enfermedades Cardiovasculares, seguridad, soberanía y paz en riesgo

Las enfermedades no transmisibles (ENT), en especial las cardiovasculares, se han convertido en el verdadero enemigo número uno de la salud y la estabilidad mundial. Cada año cobran más de 43 millones de vidas, de las cuales 18 millones son muertes prematuras antes de los 70 años, diezmando a la población más productiva del planeta. En países de ingresos bajos y medianos, como Venezuela, esta carga no solo amenaza la salud pública, sino que socava directamente la seguridad nacional, la cohesión social y la soberanía de los Estados. La hipertensión, la diabetes, la obesidad, el tabaquismo y la contaminación ambiental son factores prevenibles que, sin políticas integrales, perpetúan un ciclo de pobreza, inestabilidad y migraciones forzadas. Reconocer a las ENT como una prioridad de seguridad y paz es urgente: no se trata solo de salvar vidas, sino de proteger el futuro de las naciones y garantizar su desarrollo sostenible.

Enfermedades no transmisibles y seguridad nacional: la amenaza silenciosa a la soberanía de los Estados

Resumen

La seguridad nacional ha sido concebida históricamente desde una perspectiva militar y territorial, mientras se ignora una amenaza silenciosa que erosiona la soberanía de los Estados: las enfermedades no transmisibles (ENT). Estas representan más del 70% de la mortalidad global, siendo las enfermedades cardiovasculares su principal componente, y afectan de manera desproporcionada a los países de ingresos bajos y medianos como Venezuela. Su impacto trasciende el ámbito sanitario: reducen la productividad, aumentan la pobreza, comprometen la estabilidad social y generan un costo económico estimado en más de 30 trillones de dólares en las próximas dos décadas. La comunidad internacional, a través de la OMS, la OPS, la Federación Mundial del Corazón y el reciente Pacto para el Futuro de Naciones Unidas, reconoce que la salud y el desarrollo sostenible son pilares inseparables de la paz y la seguridad. En este contexto, es imperativo que los gobiernos redefinan sus prioridades y asuman la prevención y control de las ENT como una política de seguridad nacional. Para Venezuela, donde las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte y afectan a la población en edad productiva, se trata de una condición indispensable para garantizar soberanía, estabilidad y futuro.

 

Introducción

La seguridad y la soberanía nacional han sido entendidas tradicionalmente desde una perspectiva militar, centrada en la defensa territorial, la protección de las fronteras y la capacidad de los Estados para enfrentar amenazas externas. Sin embargo, en el siglo XXI esta visión resulta limitada, pues ignora un enemigo silencioso y persistente: las enfermedades no transmisibles (ENT)(1-4). Estas constituyen la principal causa de muerte y discapacidad a nivel mundial, responsables de más del 70% de los fallecimientos, con una carga desproporcionada en los países de ingresos bajos y medianos como Venezuela (4-7).

Las ENT se definen como afecciones crónicas de larga duración y progresión generalmente lenta, que no se transmiten de persona a persona, y cuya carga está determinada por factores biológicos, conductuales, sociales y ambientales (5,7). La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce cuatro grupos principales —enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y enfermedades respiratorias crónicas— responsables de más del 80% de la mortalidad prematura por ENT(5,6). Aunque inicialmente fueron catalogadas como “enfermedades de la riqueza”, en la actualidad afectan con mayor intensidad a poblaciones vulnerables en países de ingresos bajos y medianos, donde se concentra más del 75% de las muertes, agravando desigualdades y comprometiendo la estabilidad de los sistemas sociales y productivos (6,7).

Entre ellas, las enfermedades cardiovasculares (ECV) constituyen la primera causa de muerte global, cobrando la vida de más de 20 millones de personas cada año, de las cuales hasta un 80% son prevenibles mediante políticas eficaces y acceso oportuno a la atención (8,9). Sin embargo, las ECV y otras ENT siguen estando dramáticamente subfinanciadas: solo reciben entre el 1% y el 2% de la inversión global en salud (6). En Venezuela, esta situación es particularmente crítica, pues las ECV representan la primera causa de mortalidad y afectan principalmente a la población en edad productiva, en un contexto de colapso sanitario y migraciones forzadas que debilitan la cohesión social y la soberanía nacional (4).

La comunidad internacional ha comenzado a reconocer esta amenaza. La OPS y la OMS han instado a fortalecer la prevención y el control de las ENT como parte de la agenda de seguridad y desarrollo (2,5,10-19). La Federación Mundial del Corazón (WHF) ha hecho un llamado a los Estados a implementar medidas concretas, como tratar a 500 millones adicionales de personas con hipertensión para 2030, adoptar impuestos del 50% sobre tabaco, alcohol y bebidas azucaradas, y aplicar las guías de calidad del aire de la OMS de 2021 como norma legal (20). Asimismo, el Pacto para el Futuro de Naciones Unidas (2024) (21)y la próxima 4ª Reunión de Alto Nivel de la ONU sobre ENT y Salud Mental (2025) (22)destacan que sin salud no puede haber paz, ni desarrollo sostenible, ni soberanía plena (21,22).

En este sentido, resulta urgente repensar la noción de seguridad nacional: las ENT, y en particular las enfermedades cardiovasculares, deben asumirse no solo como un problema de salud pública, sino como una amenaza directa a la soberanía, la seguridad sanitaria, la estabilidad social y la paz de los Estados(2,4).

Las enfermedades no transmisibles como amenaza al desarrollo y la soberanía nacional

Las enfermedades no transmisibles (ENT) constituyen uno de los mayores desafíos contemporáneos para el desarrollo humano, no solo por su magnitud sanitaria, sino también por sus implicaciones económicas, sociales y políticas(4,5,12-18,23). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las ENT son responsables de más de 43 millones de muertes anuales en el mundo, de las cuales 18 millones ocurren de forma prematura antes de los 70 años, generando un enorme impacto en la productividad y en la cohesión social (6,24). Este escenario erosiona progresivamente el capital humano, debilitando la capacidad de los Estados para sostener su crecimiento y garantizar su soberanía(19,25-27).

El costo económico asociado a las ENT es igualmente devastador. Se estima que la pérdida de productividad y los gastos sanitarios derivados de estas enfermedades superarán los 47 trillones de dólares a nivel global en las próximas dos décadas, un monto que amenaza con frenar el desarrollo de los países de ingresos bajos y medianos (3). En este contexto, el Foro Económico Mundial ha advertido que las ENT constituyen un factor de riesgo estructural para la estabilidad macroeconómica, pues generan pobreza intergeneracional y reducen la competitividad de las naciones (19).

A diferencia de las enfermedades transmisibles, que suelen presentarse en forma de brotes y epidemias de duración limitada, las ENT ejercen una presión constante y acumulativa sobre los sistemas de salud y sobre la estructura productiva de los países(2,5,19,24,28). El hecho de que la mayor parte de esta carga se concentre en poblaciones en edad laboral implica un efecto directo sobre la fuerza de trabajo, debilitando la capacidad de los Estados para sostener sus sistemas de seguridad social y su base fiscal (2,4,5,19,24) . Este fenómeno no solo impacta en la esfera sanitaria, sino que compromete dimensiones estratégicas como la defensa nacional, la autosuficiencia económica y la estabilidad institucional(4).

En los países de ingresos bajos y medianos, las ENT han demostrado ser un catalizador de crisis sociales al inducir migraciones forzadas relacionadas con el colapso sanitario, el gasto catastrófico en salud y la imposibilidad de acceder a tratamientos crónicos esenciales (2-4,19). En el caso de Venezuela, la situación es alarmante: las enfermedades cardiovasculares (ECV) constituyen la primera causa de muerte, responsables de alrededor de 60.000 muertes en 2021, equivalentes al 30–35% de la mortalidad nacional(4). La tasa de mortalidad cardiovascular ajustada por edad se ubicó entre 220 y 250 por 100.000 habitantes, superando la media regional (150–170/100.000)(4,29). Más del 40% de estas muertes ocurren antes de los 70 años, afectando principalmente a la población en edad productiva(4). Los factores de riesgo muestran alta prevalencia: hipertensión arterial (35% de adultos, con >60% de mal control), diabetes (8–10%), obesidad (>25%) y tabaquismo (~14%) (4,29). Estas cifras evidencian cómo la carga cardiovascular en Venezuela no solo es un problema sanitario, sino también un factor de desestabilización económica y social que erosiona la soberanía nacional(4).

De este modo, las ENT deben ser comprendidas como un enemigo estratégico para la seguridad y la estabilidad de los países(2,4). Su control no solo representa una obligación sanitaria y ética, sino una condición indispensable para preservar la cohesión social, la productividad y la soberanía en el siglo XXI (19-22,24-27,29).

Las enfermedades cardiovasculares: el enemigo principal

Entre todas las enfermedades no transmisibles (ENT), las enfermedades cardiovasculares (ECV) se erigen como el enemigo principal de la salud y la estabilidad de los Estados(8,9,17,30). La OMS estima que las ECV son responsables de más de 20 millones de muertes cada año, lo que representa aproximadamente un tercio de la mortalidad global (24). Se calcula que hasta el 80% de los infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares prematuros son prevenibles mediante estrategias de prevención primaria y secundaria (5,31). Sin embargo, la persistente brecha en el control de los factores de riesgo, junto con la limitada inversión en programas cardiovasculares, perpetúa un escenario de muertes evitables que amenaza el desarrollo económico y social de los países (4,13,18,19,24).

Las ECV tienen un impacto especialmente grave en la población en edad laboral(9,13). La mortalidad prematura, definida como aquella que ocurre antes de los 70 años, representa cerca del 40% de los fallecimientos cardiovasculares en América Latina, generando pérdidas sustanciales de productividad y debilitando las capacidades fiscales y de seguridad social de los Estados (32-37). Además, las ECV están estrechamente vinculadas a factores de riesgo modificables como la hipertensión arterial, el tabaquismo, la obesidad, la diabetes y la contaminación del aire(5,29-31,33-37). El Informe Mundial sobre el Corazón 2024 reveló que más de la mitad de las 7 millones de muertes anuales por contaminación atmosférica tienen origen cardiovascular (20).

En el caso de Venezuela, la situación es particularmente crítica(4,29). Las ECV constituyen la primera causa de muerte en el país, con aproximadamente 60.000 muertes registradas en 2021 (4,29). La tasa de mortalidad cardiovascular ajustada por edad (220–250 por 100.000 habitantes) se sitúa por encima del promedio regional (150–170 por 100.000) (4,29). Más del 40% de los decesos se producen en menores de 70 años, afectando de forma directa a la población en edad productiva y generando una carga económica y social que compromete la soberanía nacional(4,29,38). La prevalencia de hipertensión arterial alcanza al 35% de la población adulta, con más del 60% de los casos sin control adecuado; la diabetes afecta entre el 8 y el 10%; la obesidad supera el 25%; y el tabaquismo se mantiene en torno al 14%(38). Estas cifras reflejan un entorno de alto riesgo, agravado por la crisis del sistema sanitario, la escasez de medicamentos y la falta de políticas sostenidas de prevención(38).

La comunidad internacional ha reconocido la urgencia de este desafío. La Federación Mundial del Corazón (WHF) ha identificado tres intervenciones prioritarias que podrían salvar millones de vidas(22): tratar a 500 millones más de personas con hipertensión para 2030, implementar impuestos del 50% al tabaco, alcohol y bebidas azucaradas, y adoptar las guías de calidad del aire de la OMS de 2021 como norma legal (22). Estas medidas, además de ser altamente costo-efectivas, tienen un potencial transformador para la seguridad y la estabilidad de los Estados, pues permiten proteger el capital humano y reducir el impacto económico de las ECV(22).

En consecuencia, las enfermedades cardiovasculares deben ser reconocidas no solo como un problema clínico o de salud pública, sino como una amenaza estratégica para la seguridad nacional(2,4). Ignorar su peso y su impacto significa debilitar las bases mismas de la soberanía y comprometer la capacidad de los países para garantizar un futuro sostenible.

Estrategias prioritarias para Venezuela: salud cardiovascular como política de Estado

El caso de Venezuela ilustra de manera dramática cómo las enfermedades cardiovasculares (ECV) representan no solo un problema sanitario, sino un desafío a la seguridad y la soberanía nacional(4,29,38). La elevada mortalidad prematura, la falta de acceso a medicamentos esenciales y la migración forzada por motivos de salud configuran un escenario que demanda una redefinición urgente de prioridades políticas (4,29,38). Frente a esta realidad, es posible delinear un conjunto de líneas estratégicas que, si se adoptan como políticas de Estado, pueden transformar la lucha contra las enfermedades no transmisibles (ENT) en un pilar de estabilidad y desarrollo.

  1. Prevención y promoción de la salud
    La reducción de los factores de riesgo —hipertensión, tabaquismo, obesidad, diabetes y sedentarismo— debe convertirse en prioridad nacional. Ello implica campañas sostenidas de educación en salud, etiquetado claro de alimentos, restricción de la publicidad de productos ultraprocesados y políticas urbanas que fomenten la actividad física (5,22,32,39).
  2. Fortalecimiento de la atención primaria
    El control de la hipertensión arterial es la intervención más costo-efectiva disponible. Tratar a 500 millones adicionales de personas con hipertensión para 2030, como ha propuesto la Federación Mundial del Corazón (WHF), es un objetivo alcanzable mediante un modelo basado en atención primaria, protocolos estandarizados, equipos de salud multiprofesionales y disponibilidad continua de medicamentos esenciales (5,33-37).
  3. Políticas fiscales saludables
    La implementación de impuestos del 50% al tabaco, alcohol y bebidas azucaradas tendría un doble impacto: reducir el consumo de productos nocivos y generar recursos adicionales para financiar el sistema de salud. La evidencia demuestra que estas medidas son eficaces, justas y sostenibles, además de alinearse con las recomendaciones de la OMS y la OPS (5,33-37).
  4. Acción frente a la contaminación atmosférica
    La contaminación ambiental es un factor de riesgo subestimado, pero responsable de más de la mitad de las 7 millones de muertes cardiovasculares anuales vinculadas a la mala calidad del aire (22). Venezuela requiere políticas integradas de transporte, energía y urbanismo que adopten los estándares de calidad del aire de la OMS 2021 como norma legal vinculante.
  5. Cooperación internacional y financiamiento sostenible
    El debilitamiento del sistema sanitario venezolano impone la necesidad de alianzas estratégicas con organismos multilaterales, universidades, sociedades científicas y sector privado socialmente responsable(5,19,25-27,29,39). El Pacto para el Futuro de la ONU (2024) abre una ventana para integrar la salud cardiovascular dentro de las agendas de desarrollo, paz y seguridad internacional (21). 

En síntesis, para Venezuela, enfrentar las ECV no puede seguir siendo visto como un asunto exclusivamente médico. Es un imperativo de gobernanza nacional, inseparable de la protección de la soberanía y la garantía de un futuro sostenible. La salud cardiovascular debe situarse en el corazón de las políticas de seguridad y desarrollo: sin ella, no es posible garantizar ni paz, ni estabilidad, ni prosperidad.

Conclusión

Las enfermedades no transmisibles (ENT), y en particular las enfermedades cardiovasculares (ECV), representan la principal amenaza silenciosa para la seguridad, la soberanía y el desarrollo sostenible de los Estados en el siglo XXI. Su impacto trasciende lo sanitario: generan pobreza, debilitan la productividad, erosionan el capital humano e inducen migraciones forzadas que comprometen la cohesión social y la estabilidad política. En este sentido, las ENT deben ser comprendidas no solo como un problema de salud pública, sino como un enemigo estratégico que amenaza la paz y la gobernabilidad.

Para Venezuela, donde las ECV constituyen la primera causa de muerte y afectan de manera desproporcionada a la población en edad productiva, el reto es aún mayor. Ignorar esta realidad equivale a perpetuar un ciclo de inestabilidad que debilita la capacidad del Estado para garantizar soberanía y futuro. La respuesta requiere un cambio de paradigma político: la salud cardiovascular debe situarse en el centro de la agenda de seguridad nacional, al mismo nivel que la defensa militar o la política energética.

La comunidad internacional ha señalado con claridad el camino: controlar la hipertensión a gran escala, aplicar impuestos saludables, adoptar estándares de aire limpio y garantizar la cobertura universal de intervenciones cardiovasculares esenciales. Estos no son solo compromisos técnicos, sino decisiones políticas de supervivencia y soberanía.

En consecuencia, no habrá paz, estabilidad ni desarrollo posible sin poblaciones sanas y protegidas frente a las ENT. Enfrentar este enemigo silencioso es, en definitiva, un acto de defensa nacional y de responsabilidad histórica con las generaciones futuras.

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